jueves, 11 de julio de 2013

¨Desasosiegos: Fragmentos¨

"El mundo es de quien no siente. La condición esencial para ser un hombre práctico es la ausencia de sensibilidad. La cualidad principal en la práctica de la vida es aquella cualidad que conduce a la acción, esto es, la voluntad. Ahora bien, hay dos cosas que estorban a la acción –la sensibilidad y el pensamiento analítico, que no es, a fin de cuentas, otra cosa que el pensamiento con sensibilidad. Toda acción es, por naturaleza, la proyección de la personalidad sobre el mundo exterior, y como el mundo exterior está en buena y en su principal parte compuesto por seres humanos, se deduce que esa proyección de la personalidad consiste esencialmente en atravesarnos en el camino ajeno, en estorbar, herir o destrozar a los demás, según nuestra manera de actuar. Para actuar es necesario, por tanto, que no nos figuremos con facilidad las personalidades ajenas, sus penas y alegrías. Quien simpatiza, se detiene. El hombre de acción considera el mundo exterior como compuesto exclusivamente de materia inerte –inerte en sí misma, como una piedra sobre la que se pasa o a la que se aparta del camino; o inerte como un ser humano que, por no poder oponerle resistencia, tanto da que sea hombre o piedra, pues, como a la piedra, o se le apartó o se le pasó por encima. El máximo ejemplo de hombre práctico, por reunir la extrema concentración de la acción junto con su importancia extrema, es la del estratega. Toda la vida es guerra, y la batalla es, pues, la síntesis de la vida. Ahora bien, el estratega es un hombre que juega con vidas como el jugador de ajedrez juega con las piezas del juego. ¿Qué sería del estratega si pensara que cada lance de su juego lleva la noche a mil hogares y el dolor a tres mil corazones? ¿Qué sería del mundo si fuéramos humanos? Si el hombre sintiera de verdad, no habría civilización. El arte sirve de fuga hacia la sensibilidad que la acción tuvo que olvidar. "

- Fernando Pessoa

miércoles, 26 de junio de 2013

Todo por servir se acaba

Recuerdo perfectamente esos domingos, tendría yo unos 5 años; caminaba por las calles de la colonia Independencia mascando chicles ¨americanos¨ que vendían mi padre y mi madre en el lugar que les prestaban los que organizaban a los oferentes del Mercado San Luisito. La aventura para mí era buscar juguetes y figuras extrañas que regularmente no me compraban; me gustaba bajar hasta la calle Moctezuma (antes de que se la tragase Morones Prieto, esa avenida caótica y e ingobernable de nuestros días) a ver los ¨puestos¨ donde ofrecían vinilos maltratados, fierros viejos, libros deshojados, casetes, y demás. ¨Basura para unos, tesoros para otros¨ se diría por allí. En la calle Querétaro, mi abuela tenía su puesto de ropa usada para niños, un ¨giro¨ exclusivo del mercado; trabajaba su puesto los domingos, por que para ella, el concepto de descanso no existía. Recuerdo a mi abuela mandarme a ¨feriar¨ los billetes de 5 Mil y 10 Mil pesos con un señor llamado Manuel, un hombre flaco y de voz aguardentosa, que al sonreír mostraba su dentadura podrida, amarillenta y negrosa, resultado del haber fumado toda su vida; tenía su catre con ropa vieja y usada en una de las entradas laterales del mercado Díaz Ordaz, y una mesa con cajetillas de cigarros y chicles Clorets, ¨a 1 Mil pesos lo que guste de allí del catre¨, decía. Yo no sabía de administración, ni de cuanto valía cada cosa, lo único que me quedaba claro es que nunca ¨acompletaba¨ para comprarme algo; cada quien vendiendo sus chácharas, cada cual a su ritmo, pero siempre como una comunidad, siempre ayudando al de a lado, en la chinga de andar entramando fierros y lonas para que no nos pegara tan duro el sol.

Avanzaron los noventa, y con ellos la alcaldía de Benjamín Clariond y los proyectos de la ampliación de Morones Prieto, a todos los oferentes se les ofreció reubicarse en el lecho del rio Santa Catarina, muchos estuvieron de acuerdo, muchos otros más en contra, algunos otros decían que no iba a ser lo mismo, pero al final, el viejo mercado San Luisito, se transformó en lo que muchos después seguimos conociendo como ¨La pulga del Puente del Papa¨. Mi abuela decidió seguir trabajando su puesto de ropa, mi madre y mi padre decidieron ya no seguir con su puesto de dulces ¨americanos¨. La Pulga fue creciendo, se fue llenando de oferentes que ofrecían todo tipo de cosas: los fierreros, los que vendían fayuca que traían de Laredo, los que vendían tenis de marca, los Sonideros que vendían casetes con música vallenata (con ¨saludos¨ incluidos), puestos de ropa usada, de antigüedades, videojuegos, no había cosa que no pudiera uno encontrar en ese lugar. 

En 1992, mi padre falleció, ya no había quien manejara el viejo Renault lleno de ¨pacas¨ de ropa y estructuras de metal. Mi abuela nunca quiso dejar de trabajar, convenció a mi tía Catalina de llevarla los domingos a La Pulga, y así pasaron 4 o 5 años. Los años cobraron factura, y mi abuela decidió ya no ir más a vender en su puesto, mi tía decidió continuar con la ¨tradición¨ y mantener su puesto de ropa usada algún tiempo más. Por muchos años deje de asistir a la Pulga, la adolescencia y los conflictos que uno padece en esos años me encaminaron por otros lugares.A finales del 2008, en una plática familiar, surgió la idea de ¨vender¨ el lugar de mi abuela en el Puente del Papa, ya no había ni fuerzas, ni ganas para poderlo mantener. Por nostalgia más que por ganas de trabajar, le dije a mi familia que ese puesto no se vendía, que era parte de una tradición, que era parte de nosotros, una parte de la historia de Monterrey, y que yo iba a ir a vender; y así como los viejos oferentes en los ochenta, nos lanzamos mi novia(ahora esposa) y yo, con unos cuantos miles de pesos en la bolsa, a Hidalgo, Texas, a buscar chácharas, a traer un algo que mantuviese viva la tradición. Regresamos con lámparas, con tenis, con ropa, con peluches, con figuras de acción coleccionables, con posters, con lo que se nos puso enfrente.Llegamos un domingo con nuestras cosas, todo seguía casi igual de como lo recordaba: el de los videojuegos ya no tenía juegos de Súper Nintendo, ahora vendía juegos usados de Xbox; Don Efraín, el señor que vendía trenes y chamarras deportivas usadas allí seguía, el rockero que nunca supe cómo se llamaba, y que tenía sus vinilos viejos a todo volumen, los Sonideros ya no vendían casetes, pero allí estaban, con la música vallenata ambientando los pasillos y el ir y venir de los compradores. Los mismos personajes, adaptados a los nuevos tiempos. Seguía siendo aquellacomunidad de matices, de historias, del ¨aguas porque te vuelan la cartera¨, el sustento de miles de familias regiomontanas. 

Mi abuela con sus ya casi 80 años, nos pidió un día que la lleváramos, ella quería trabajar, volver a ver a su querida ¨Pulga¨; días antes de un domingo, la vimos cosiendo sombreros de estambre para vender, y tal como si se hubiese echado hacia atrás una película, allí estaba ella, sentada, saludando a sus viejos conocidos, cansada, pero gustosa de sentirse recordada y querida. 

Un domingo de Marzo o Abril del 2010, mi madre, mi abuela y mi hermana se fueron a vender a La Pulga, había que estar a las 8 de la mañana con todo ya instalado, porque allí se empezaba a trabajar desde temprano. En esa ocasión, les dije que yo las alcanzaría al medio día, por que el día anterior me iba a desvelar, y quería descansar un poco. A las 10 de la mañana, sonó el teléfono de la casa, era mi madre, sonaba nerviosa, y me dijo: ¨Hijo, te tuve que hablar porque está pasando algo aquí en la Pulga y no sabemos que hacer¨, le pregunte que pasaba, y me dijo: ¨Nos vinieron a avisar que ya llegaron pues…tu sabes…los malitos…y le están pidiendo dinero a todos los compañeros…dicen que a la gente como tu abuela la van a respetar por un mes, y que les van a cobrar nada más la mitad de la cuota…no sé qué hacer, ¿qué les digo?¨; en esos momentos, me sentí preocupado, enojado, impotente; la ola de violencia que azotaba a la ciudad, por fin nos había alcanzado. Rumbo a La Pulga, en el camino, mi novia y yo escuchábamos en la radio la nota de algún noticiero: ¨Despliegue de elementos federales y militares en La Pulga del Puente del Papa¨. Llegamos directamente al puesto, estaban mi abuela, mi hermana y mi madre sentadas tranquilamente vendiendo las pocas cosas que traían. Me platicaron que los compañeros se enteraron rápidamente de lo que estaba pasando, se organizaron, y que aun y con el miedo que a la mayoría nos embargaba por esos tiempos, decidieron hacer la denuncia a los militares, los cuales rápidamente acudieron a ¨La Pulga¨, y arrestaron a 3 o 4 sujetos que eran los que habían llegado a cobrar ¨la cuota¨; lo poco que supimos después, fue que esas gentes dijeron que ellos solo habían recibido órdenes de ir a pedirle dinero a los oferentes. No se volvió a escuchar nada más.

El mes posterior fue de tensión, se escuchaban por los pasillos muchas historias de lo que podía pasar al habernos negado a colaborar con los ¨malitos¨: ¨Y si un día vienen y nos tiran una granada desde el Puente¨, ¨Dicen por ahí que un día de estos, nos van a quemar todos los puestos, yo mejor me voy a ir llevando mis cosas, no vaya a ser¨. No pasó nada. 

Se llegó Mayo, y nos tocó ir al ¨desfile¨ del día del trabajo(eras oferente, tenías que estar agremiado a la CTM o a la CROC), pero por malos entendidos, terminamos no asistiendo, así que el domingo siguiente, nos tocó recibir a mi madre y a mí, el regaño por parte de ¨El Rusty¨, un señor mal encarado que organizaba a una parte de los oferentes: ¨Tu eres de los que están empezando, no te digo nada más por tu abuela, pero no hay que faltar compañero, que no vuelva a pasar, allí nos vemos el próximo año, vámonos a trabajar¨ termino diciendo. 

Un miércoles de finales de Junio de ese mismo 2010, me toco descansar en mi trabajo, eran las 9 o 10 de la mañana, llovía a cantaros; el huracán Alex nos daba los buenos días. Prendí la televisión, y sintonice uno de los noticieros locales, lo primero que vi, fue un Rio Santa Catarina enfurecido, reclamando los cauces que por naturaleza le pertenecían, tragándose todo, entre ello, nuestra querida ¨Pulga¨. Fui al baño, me lave la cara, y me dirigí a la cocina, estaban mi abuela y mi hermana sentadas a la mesa; yo también me senté, y estuvimos en silencio por un rato. Recuerdo lo que le dije a mi abuela: ¨Vea usted eso abuela, ¿puede creerlo?, y ella me contesto: ¨Se terminó. Pero como dice el dicho, ¨Todo por servir se acaba mijo…todo por servir, se acaba¨.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Entertainment System

Recuerdo aquel momento en el que el "Bowser", salto sobre de mí, y con un ágil movimiento de cruceta en el control logre esquivarlo, rompió el ultimo rastro de ladrillos color nácar, y cayó al precipicio. Mis manos temblaron, brinque de emoción, había terminado el juego. Corrí al recibidor de la casa y le dije a mi padre que había derrotado al dinosaurio; me volteo a ver, me dio un abrazo y me felicito. Sentí que había pisado la luna, que había ganado un mundial de futbol, me sentía invencible. Algunos meses después, mi padre me pregunto si lo había vuelto a terminar, le dije que no, que ya me había aburrido; me dijo que no lo dejase de intentar, que tratase de acabármelo sin perder una sola vida, a ver si podía, que uno no venía a esta vida a aburrirse. Meses después mi padre falleció, no me despedí de él. Desde ese momento, no volví a entender ni a reconocer el significado de la palabra aburrimiento, y también, no podía ver que alguien jugase Súper Mario Bros 3, sin que me dieran ganas de llorar.

viernes, 31 de agosto de 2012

De glorias pasadas


Me acuerdo cuando mi tía Cata y mi abuela me llevaban a mí y a mis primos a un mercado de la Colonia Moderna.  Ya desde aquel tiempo tenía ese Grand Marquis que siempre me ha gustado, es un carro viejo, pero como pocos, mucho mueble nuevo le envidiaría la potencia y soltura que aún tiene ese carro, lujoso en sus años mosos, parecía que flotaba, y siempre, en el paso a desnivel de la avenida Nogalar, mi tía tocaba el claxon para que nos divirtiéramos con la acústica que se hacia allí. En el camino hacia ese mercado, en un crucero antes de llegar a avenida De la Juventud, siempre estaba un hombre, harapiento, vestido como un mendigo cualquiera, sucio y que mi tía siempre saludaba, y le echaba madres, y luego se reían y después como si nada, arrancábamos a nuestro destino. El hombre siempre iba vestido con un short a las rodillas (amarrado con un mecate), una camiseta sucia y percudida, unas vendas en las manos, igual o más sucias que su demás atuendo, y en cada cambio de semáforo, se ponía enfrente de los carros, y hacia su rutina, una rutina de boxeo, upper’s, yaps, ganchos, movimiento de pies, todo por unas monedas que el automovilista en turno le quisiese regalar. Pasaron los años y el hombre seguía allí, en ocasiones, ya no importaba si estaba enfrente o no de los carros, hacia su rutina, como perdido, como luchando contra un rival de antaño, un rival que tal vez lo tumbo de su gloria, o tal vez peleando y reclamándole a su propio destino por tenerlo allí, mendigando glorias pasadas. No importaba si alguien lo veía y le hacía una mueca de disgusto o si simplemente lo ignoraba, el al final, levantaba las manos en señal de victoria, agradeciendo al público mudo e indiferente que tal vez se preguntaba, al igual que yo, que vida tan mas cabrona y jodida le pudo haber tocado vivir, para haber terminado allí, siendo juzgado como un loco, perdido en sus delirios, persiguiendo algo, tratando de recuperar algo que tal vez nunca fue. Hace pocas semanas, pase por ese mismo crucero, y lo vi, haciendo su misma rutina, ahora más viejo, mucho más cansado, y haciendo al final, igual que siempre, su señal de la victoria. Al cambiar el semáforo, acelere en mi carro, y vi su rostro fijamente, estaba llorando. Acelere, como queriendo recordarlo en sus “tiempos de gloria”, pero en lugar de eso, solo pude pensar, que tal vez, esa era la última ocasión en que lo iba a ver.

lunes, 9 de julio de 2012

La primavera regia



Aquí no encontrara usted el hilo negro de las situaciones que envuelven la actualidad mexicana en muchos de los sentidos, solo encontrara una opinión personal, desde este lado de mi trinchera.

El sábado 7 de Julio de 2012 se llevó acabo en distintas ciudades del país un evento denominado “Megamarcha”, para protestar por lo que muchos consideramos la imposición de un “nuevo” gobierno presidencial (y todo aquello que conlleva) encabezado por Enrique Peña Nieto. La ciudad de Monterrey, la cual siempre ha sido considerada el motor industrial de este país(y por lo tanto para muchos también ser de un estilo de vida “agringado” y bastante automatizado), vivió algo que para muchos(me incluyo) es una bocanada de oxígeno que saca del letargo a una gran parte de la sociedad regiomontana; ahora los jóvenes no salieron a las calles con cerveza en mano vitoreando el campeonato de un equipo de futbol, ahora los jóvenes salieron a las calles sin ninguna bandera más que la de la unidad; unidad que surge del descontento por ser testigos de prácticas ilegales maquilladas como el mejor ejercicio “democrático” que ha tenido el país en su historia.

El descontento surge de ser testigos de prácticas que lucran con la necesidad y la ignorancia de las personas, aquellas personas que (tristemente) resumen el concepto de medio de comunicación, a cual es la barra de Telenovelas de 4PM a 8PM del canal 10 de televisión local. La sociedad regiomontana es de aquellas, que como dice el dicho: “solo ve para sus arcas”, aquella del “pónganse a jalar” bien enraizado por años y años de desarrollo solo medible en porcentajes de ingresos y egresos; sin embargo la experiencia del fin de semana pasado, me deja ver que esa sociedad tan automatizada, se ha dado cuenta que el bienestar y la justicia de un país no solo son cuestiónes de números, si no de libertad de elección y de acuerdos entre todos los ciudadanos.

Los políticos han lucrado con la confianza de la ciudadanía, revenden promesas falsas y firman ante notario aquello en lo cual no están capacitados para cumplir, esparcen firmas por doquier, cual “boda” en una kermes de secundaria. La sociedad sale a las calles para hacer escuchar su voz; también se escucha la crítica de aquellos que tienen interés ligados a esas “decisiones democráticas”(o no, dicho sea el caso), diciéndole a los inconformes que por más marchas que hagan, todo va a seguir igual, que dejen sus protestas y que se “pongan a jalar”. No se trata de que con una marcha las cosas vayan a cambiar por arte de magia, o que los políticos se den cuenta de todos sus malos manejos, se arrepientan y reivindiquen su camino; se trata de hacernos conscientes de que lo menos que necesita este país es un retroceso en el tiempo, en regresar a viejas prácticas, al autoritarismo y al “roban pero dejan, robar”.

Tanto robar, censurar y condicionar nos terminara por empobrecer, callar y acostumbrar a lo poco o nada que se nos ofrece.

jueves, 26 de enero de 2012

De un jueves

Me gustan las mañanas cortas y frías, el escuchar las palomas o las hurracas paradas en los arboles aun secos, dándome los buenos días (o jodiendome para que no me quede dormido), me gusta el vapor de agua caliente esperando mezclarse con el café, me gusta saber que no tiene que costarme cincuenta pesos para sentir que se disfruta más que un logo o unos sillones cómodos con bossa nova de fondo. Me gusta sentarme a la mesa sin nada que comer, ella siempre espera en el mismo lugar, como testigo inamovible de días y meses de risas y lágrimas, mi equivalente de diván. Me gustan las luces apagadas y ver que el día llega cuando la luz del sol se filtra por mis mal acomodadas cortinas. Me gusta ver el desenfado de mis perros, que me miran y que sonríen, y que lamen mis manos y que les digo "basta, pinches ingobernables", y que no les importa y continúan en su desenfreno de vida y felicidad. Me gusta encender la radio, y escuchar a la gente hablar de temas que no conozco, porque así me doy cuenta de lo poco que se. Me gusta ver mis libros viejos y tomar uno sin planificarlo y leerlo hasta que se pierda la cuenta en el reloj. Me gusta escuchar helicópteros y aviones por encima de mi casa, y pensar que llevan más que armas y militares, y políticos de cuarta categoría. Me gusta escuchar el tren a lo lejos y pensar de donde viene, a donde va, que sueños lleva camuflajeados entre vagón y vagón. Me gusta salir al mercado, comprar cosas de segunda mano, y pensar que todos merecemos una segunda oportunidad, aunque sea por unos pesos. Me gusta abrir el refrigerador y verlo vacío, y saber que el también tiene derecho a renovarse. Me gusta saberme vivo.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Quiero saber si esto funciona.