Recuerdo aquel
momento en el que el "Bowser", salto sobre de mí, y con un ágil
movimiento de cruceta en el control logre esquivarlo, rompió el ultimo rastro
de ladrillos color nácar, y cayó al precipicio. Mis manos temblaron, brinque de
emoción, había terminado el juego. Corrí al recibidor de la casa y le dije a mi
padre que había derrotado al dinosaurio; me volteo a ver, me dio un abrazo y me
felicito. Sentí que había pisado la luna, que había ganado un mundial de futbol,
me sentía invencible. Algunos meses después, mi padre me pregunto si lo había
vuelto a terminar, le dije que no, que ya me había aburrido; me dijo que no lo
dejase de intentar, que tratase de acabármelo sin perder una sola vida, a ver
si podía, que uno no venía a esta vida a aburrirse. Meses después mi padre falleció,
no me despedí de él. Desde ese momento, no volví a entender ni a reconocer el
significado de la palabra aburrimiento, y también, no podía ver que alguien
jugase Súper Mario Bros 3, sin que me dieran ganas de llorar.
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