viernes, 31 de agosto de 2012

De glorias pasadas


Me acuerdo cuando mi tía Cata y mi abuela me llevaban a mí y a mis primos a un mercado de la Colonia Moderna.  Ya desde aquel tiempo tenía ese Grand Marquis que siempre me ha gustado, es un carro viejo, pero como pocos, mucho mueble nuevo le envidiaría la potencia y soltura que aún tiene ese carro, lujoso en sus años mosos, parecía que flotaba, y siempre, en el paso a desnivel de la avenida Nogalar, mi tía tocaba el claxon para que nos divirtiéramos con la acústica que se hacia allí. En el camino hacia ese mercado, en un crucero antes de llegar a avenida De la Juventud, siempre estaba un hombre, harapiento, vestido como un mendigo cualquiera, sucio y que mi tía siempre saludaba, y le echaba madres, y luego se reían y después como si nada, arrancábamos a nuestro destino. El hombre siempre iba vestido con un short a las rodillas (amarrado con un mecate), una camiseta sucia y percudida, unas vendas en las manos, igual o más sucias que su demás atuendo, y en cada cambio de semáforo, se ponía enfrente de los carros, y hacia su rutina, una rutina de boxeo, upper’s, yaps, ganchos, movimiento de pies, todo por unas monedas que el automovilista en turno le quisiese regalar. Pasaron los años y el hombre seguía allí, en ocasiones, ya no importaba si estaba enfrente o no de los carros, hacia su rutina, como perdido, como luchando contra un rival de antaño, un rival que tal vez lo tumbo de su gloria, o tal vez peleando y reclamándole a su propio destino por tenerlo allí, mendigando glorias pasadas. No importaba si alguien lo veía y le hacía una mueca de disgusto o si simplemente lo ignoraba, el al final, levantaba las manos en señal de victoria, agradeciendo al público mudo e indiferente que tal vez se preguntaba, al igual que yo, que vida tan mas cabrona y jodida le pudo haber tocado vivir, para haber terminado allí, siendo juzgado como un loco, perdido en sus delirios, persiguiendo algo, tratando de recuperar algo que tal vez nunca fue. Hace pocas semanas, pase por ese mismo crucero, y lo vi, haciendo su misma rutina, ahora más viejo, mucho más cansado, y haciendo al final, igual que siempre, su señal de la victoria. Al cambiar el semáforo, acelere en mi carro, y vi su rostro fijamente, estaba llorando. Acelere, como queriendo recordarlo en sus “tiempos de gloria”, pero en lugar de eso, solo pude pensar, que tal vez, esa era la última ocasión en que lo iba a ver.

lunes, 9 de julio de 2012

La primavera regia



Aquí no encontrara usted el hilo negro de las situaciones que envuelven la actualidad mexicana en muchos de los sentidos, solo encontrara una opinión personal, desde este lado de mi trinchera.

El sábado 7 de Julio de 2012 se llevó acabo en distintas ciudades del país un evento denominado “Megamarcha”, para protestar por lo que muchos consideramos la imposición de un “nuevo” gobierno presidencial (y todo aquello que conlleva) encabezado por Enrique Peña Nieto. La ciudad de Monterrey, la cual siempre ha sido considerada el motor industrial de este país(y por lo tanto para muchos también ser de un estilo de vida “agringado” y bastante automatizado), vivió algo que para muchos(me incluyo) es una bocanada de oxígeno que saca del letargo a una gran parte de la sociedad regiomontana; ahora los jóvenes no salieron a las calles con cerveza en mano vitoreando el campeonato de un equipo de futbol, ahora los jóvenes salieron a las calles sin ninguna bandera más que la de la unidad; unidad que surge del descontento por ser testigos de prácticas ilegales maquilladas como el mejor ejercicio “democrático” que ha tenido el país en su historia.

El descontento surge de ser testigos de prácticas que lucran con la necesidad y la ignorancia de las personas, aquellas personas que (tristemente) resumen el concepto de medio de comunicación, a cual es la barra de Telenovelas de 4PM a 8PM del canal 10 de televisión local. La sociedad regiomontana es de aquellas, que como dice el dicho: “solo ve para sus arcas”, aquella del “pónganse a jalar” bien enraizado por años y años de desarrollo solo medible en porcentajes de ingresos y egresos; sin embargo la experiencia del fin de semana pasado, me deja ver que esa sociedad tan automatizada, se ha dado cuenta que el bienestar y la justicia de un país no solo son cuestiónes de números, si no de libertad de elección y de acuerdos entre todos los ciudadanos.

Los políticos han lucrado con la confianza de la ciudadanía, revenden promesas falsas y firman ante notario aquello en lo cual no están capacitados para cumplir, esparcen firmas por doquier, cual “boda” en una kermes de secundaria. La sociedad sale a las calles para hacer escuchar su voz; también se escucha la crítica de aquellos que tienen interés ligados a esas “decisiones democráticas”(o no, dicho sea el caso), diciéndole a los inconformes que por más marchas que hagan, todo va a seguir igual, que dejen sus protestas y que se “pongan a jalar”. No se trata de que con una marcha las cosas vayan a cambiar por arte de magia, o que los políticos se den cuenta de todos sus malos manejos, se arrepientan y reivindiquen su camino; se trata de hacernos conscientes de que lo menos que necesita este país es un retroceso en el tiempo, en regresar a viejas prácticas, al autoritarismo y al “roban pero dejan, robar”.

Tanto robar, censurar y condicionar nos terminara por empobrecer, callar y acostumbrar a lo poco o nada que se nos ofrece.

jueves, 26 de enero de 2012

De un jueves

Me gustan las mañanas cortas y frías, el escuchar las palomas o las hurracas paradas en los arboles aun secos, dándome los buenos días (o jodiendome para que no me quede dormido), me gusta el vapor de agua caliente esperando mezclarse con el café, me gusta saber que no tiene que costarme cincuenta pesos para sentir que se disfruta más que un logo o unos sillones cómodos con bossa nova de fondo. Me gusta sentarme a la mesa sin nada que comer, ella siempre espera en el mismo lugar, como testigo inamovible de días y meses de risas y lágrimas, mi equivalente de diván. Me gustan las luces apagadas y ver que el día llega cuando la luz del sol se filtra por mis mal acomodadas cortinas. Me gusta ver el desenfado de mis perros, que me miran y que sonríen, y que lamen mis manos y que les digo "basta, pinches ingobernables", y que no les importa y continúan en su desenfreno de vida y felicidad. Me gusta encender la radio, y escuchar a la gente hablar de temas que no conozco, porque así me doy cuenta de lo poco que se. Me gusta ver mis libros viejos y tomar uno sin planificarlo y leerlo hasta que se pierda la cuenta en el reloj. Me gusta escuchar helicópteros y aviones por encima de mi casa, y pensar que llevan más que armas y militares, y políticos de cuarta categoría. Me gusta escuchar el tren a lo lejos y pensar de donde viene, a donde va, que sueños lleva camuflajeados entre vagón y vagón. Me gusta salir al mercado, comprar cosas de segunda mano, y pensar que todos merecemos una segunda oportunidad, aunque sea por unos pesos. Me gusta abrir el refrigerador y verlo vacío, y saber que el también tiene derecho a renovarse. Me gusta saberme vivo.